Martín Fierro, un mito fundador

Forajido sentimental


Borges admiraba profundamente el canto de José Hernández, al que le consagró numerosos textos, pero el héroe exaltado en aquellos versos le merecía cierto desprecio: era un desertor, un asesino y, lo peor de todo, un blando
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Con alguna frecuencia se oye decir y-lo que es aún peor- se ve escrito que "a Borges no le gustaba el Martín Fierro". Es probable que quienes emiten ese juicio no hayan prestado a las palabras de Borges la atención que siempre merece el mayúsculo escritor: es decir, la atención total. También es posible que le atribuyan a Borges las palabras que a ellos les agradaría oír.

Es necesario distinguir cuidadosamente entre las reservas que Borges tiene hacia el personaje Martín Fierro y la devoción que siente hacia la obra literaria Martín Fierro . Con ligereza (tal vez deliberada) se confunden ambos conceptos y no hay ninguna razón para que esto ocurra. Trataré de explicar cómo se origina y se desarrolla esa confusión.

Nadie ignora el fervor que por Macedonio Fernández sintió siempre Jorge Luis Borges, tanto en vida de aquél como después de su muerte, ocurrida en 1952. Macedonio, nacido en 1874 (tenía, por lo tanto, la misma edad de Lugones), era un hombre ya maduro, de alrededor de cincuenta años, en la época en que Borges, joven veinteañero de ilimitada pasión poética y metafísica (que no perdería jamás), acudía, fascinado, a escuchar la palabra de aquel mágico personaje situado fuera del mundo y de su vulgar realidad.

Sin duda, la prosa enmarañada en que solía perderse Macedonio no pudo ejercer ningún influjo sobre la cristalina perfección de la escritura borgeana. Sí, en cambio, tuvieron que conmoverlo las ideas y los juegos conceptuales a que era tan afecto su admirado conversador. Construcciones mentales de Macedonio como "Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa"("Correo casero de Recienvenido", en una carta a Borges) son de la misma estirpe que este pasaje de "La busca de Averroes": "sus detractores [...] juraban que nunca había pisado la China y que en los templos de ese país había blasfemado de Alá". Sería fácil, pero innecesario, aportar otros ejemplos.

Lo cierto es que a Borges lo seducían, sobre todas las cosas, la inteligencia y los productos que derivan de ella: el ingenio, el humor, el punto de vista sorprendente, la creación de inesperadas asociaciones de ideas en apariencia incompatibles, la rapidez mental, la paradoja, la polisemia, etcétera. Y Macedonio, que poseía en altísimo grado el don de la inteligencia, sustentaba en aquella época, entre tantos otros, un juicio que acaso dejó caer como al pasar, sin darle ninguna importancia, pero que Borges, de avidez insaciable, asimiló, hizo suyo y, de acuerdo con su proverbial costumbre, desarrolló, afinó y pulió hasta el extremo de presentarlo como una suerte de verdad inconcusa: la mala índole psicológica, el mal ejemplo ético, del personaje Martín Fierro.

Transcurridos nueve o diez lustros de aquellos diálogos, aún recordaba Borges: "cuando alguien le habló [a Macedonio Fernández] del Martín Fierro, dijo: ´Salí de ahí con ese calabrés rencoroso´. Pero eso corresponde también a una época en que se veía el Martín Fierro como una compadrada". (No sería extraño que ese alguien aludido en el pronombre indefinido haya sido el propio Borges, a quien con toda seguridad le interesaría sobremanera -¿cómo no iba a interesarle?- conocer la opinión de un hombre que él veneraba sobre una obra que lo impresionaba al máximo.) Aquí está ya la idea que Borges no olvidó jamás: Martín Fierro visto, no como héroe o como persona éticamente admirable, sino como un individuo rencoroso, quejoso, vengativo, que siente lástima de sí mismo. A tal punto que, en mis Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, el autor de Ficciones declaró: "creo que, si hubiéramos resuelto que nuestra obra clásica fuera el Facundo, nuestra historia habría sido distinta. Creo que, razones literarias aparte, es una lástima que hayamos elegido el Martín Fierro como obra representativa. Porque ella no pudo haber ejercido una buena influencia sobre el país. [...] pensemos en lo triste de que nuestro héroe sea un desertor, un prófugo, un asesino y una especie de forajido sentimental además, que, sin duda, no existió nunca. Porque yo pienso que esa gente tuvo que haber sido mucho más dura que Martín Fierro. [...] no era gente que pidiera lástima, como pide Martín Fierro. Creo que, aunque Martín Fierro fue escrito en 1872, se adelanta ya de algún modo a las peores blanduras argentinas y al peor sentimentalismo argentino".

¿No es éste el desarrollo borgeano de la idea del siciliano vengativo o del calabrés rencoroso de Macedonio Fernández? Claro que Borges, cuyo cerebro habitualmente va más allá que el de la mayoría de los mortales, amplía esta visión presentando a Martín Fierro como ejemplo moral negativo para la nación argentina.

Pero -muy importante- nótese que, en ningún momento, Borges alude a algún demérito literario de la obra: en todos los casos, se está refiriendo a los atributos morales del personaje, jamás a las cualidades estéticas del poema. Más aún, y por si cupiese alguna duda, prestemos atención a las palabras "razones literarias aparte" que, en tal contexto, sólo pueden significar: "Desde el punto de vista estrictamente literario, el Martín Fierro es más importante que el Facundo, pero..."

Hacia el final de su ensayo El "Martín Fierro" , Borges se ocupa de la controversia que el poema ha desencadenado entre los críticos: "En el capítulo anterior he recopilado algunos juicios críticos. Una simplificación simbólica podría reducirlos a dos: el de Lugones, para quien el Martín Fierro es una epopeya de los orígenes argentinos; el de Calixto Oyuela, para quien el poema sólo registra un caso individual: ´Justiciero y libertador´ es la definición del protagonista que ha estampado Lugones, ´hombre con visible declinación hacia el tipo moreiresco de gaucho malo, agresivo, matón y peleador con la policía´, la que Oyuela prefiere. ¿Cómo resolver el debate? [...] En la controversia que acabo de resumir, se confunde la virtud estética del poema con la virtud moral del protagonista, y se quiere que aquélla dependa de ésta."

Palabras de Borges: "se confunde la virtud estética del poema con la virtud moral del protagonista". Que esta última no goza de su aprobación ya lo ha expresado con todas las letras.

Conocemos el amor con que Borges vuelve una y otra vez a sus afectos: el barrio sur, Ginebra, Chesterton, los cuchillos, los espejos, los laberintos... el Martín Fierro . En efecto, Borges ha vuelto una y otra vez al Martín Fierro. Su artículo "La poesía gauchesca" (Discusión, 1932) dedica su larga parte final a analizar el Martín Fierro. Las ideas son básicamente las mismas que Borges expondrá más tarde en el ya citado El "Martín Fierro" y en los dos volúmenes de Poesía gauchesca que prepara en 1955, junto con Adolfo Bioy Casares, (México, Fondo de Cultura Económica), donde, naturalmente, se incluye el Martín Fierro.

En El hacedor (1960) tenemos la prosa breve "Martín Fierro", que concluye así: "[...] en una pieza de hotel, hacia mil ochocientos sesenta y tantos, un hombre soñó una pelea. Un gaucho alza a un moreno con el cuchillo, lo tira como un saco de huesos, lo ve agonizar y morir, se agacha para limpiar el acero, desata su caballo y monta despacio, para que no piensen que huye. Esto que fue una vez vuelve a ser, infinitamente; [...] el sueño de uno es parte de la memoria de todos". El cuento "El fin" (Ficciones, 1944) es, como se sabe, "el fin" posible de la pelea de Martín Fierro con el Moreno, que en su momento impidieron las personas presentes en la pulpería. Una vez más Borges -complacido y feliz- repite la secuencia de Hernández. "Limpió el facón ensagrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás". En la "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)" (El Aleph, 1949) hay un pasaje en extremo significativo: "La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (I Corintos 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones". Superfluo es consignar que ese "libro insigne" no es otro que el Martín Fierro.

Que sea ahora el mismo Borges quien, con sus precisas palabras ponga fin a este trabajo: "Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán olvidar es uno de los fines del arte; José Hernández lo ha logrado con plenitud" ( El "Martín Fierro" ).

Por Fernando Sorrentino
La Opinión Cultural, Domingo 25 de junio de 1972