Forajido sentimental
Borges admiraba profundamente el canto de José Hernández, al que le consagró numerosos textos, pero el héroe exaltado en aquellos versos le merecía cierto desprecio: era un desertor, un asesino y, lo peor de todo, un blando
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Con alguna frecuencia se oye decir y-lo que es aún peor- se ve escrito que "a Borges no le gustaba el Martín Fierro". Es probable que quienes emiten ese juicio no hayan prestado a las palabras de Borges la atención que siempre merece el mayúsculo escritor: es decir, la atención total. También es posible que le atribuyan a Borges las palabras que a ellos les agradaría oír.
Es necesario distinguir cuidadosamente entre las reservas que Borges tiene hacia el personaje Martín Fierro y la devoción que siente hacia la obra literaria Martín Fierro . Con ligereza (tal vez deliberada) se confunden ambos conceptos y no hay ninguna razón para que esto ocurra. Trataré de explicar cómo se origina y se desarrolla esa confusión.
Nadie ignora el fervor que por Macedonio Fernández sintió siempre Jorge Luis Borges, tanto en vida de aquél como después de su muerte, ocurrida en 1952. Macedonio, nacido en 1874 (tenía, por lo tanto, la misma edad de Lugones), era un hombre ya maduro, de alrededor de cincuenta años, en la época en que Borges, joven veinteañero de ilimitada pasión poética y metafísica (que no perdería jamás), acudía, fascinado, a escuchar la palabra de aquel mágico personaje situado fuera del mundo y de su vulgar realidad.
Sin duda, la prosa enmarañada en que solía perderse Macedonio no pudo ejercer ningún influjo sobre la cristalina perfección de la escritura borgeana. Sí, en cambio, tuvieron que conmoverlo las ideas y los juegos conceptuales a que era tan afecto su admirado conversador. Construcciones mentales de Macedonio como "Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa"("Correo casero de Recienvenido", en una carta a Borges) son de la misma estirpe que este pasaje de "La busca de Averroes": "sus detractores [...] juraban que nunca había pisado la China y que en los templos de ese país había blasfemado de Alá". Sería fácil, pero innecesario, aportar otros ejemplos.
Lo cierto es que a Borges lo seducían, sobre todas las cosas, la inteligencia y los productos que derivan de ella: el ingenio, el humor, el punto de vista sorprendente, la creación de inesperadas asociaciones de ideas en apariencia incompatibles, la rapidez mental, la paradoja, la polisemia, etcétera. Y Macedonio, que poseía en altísimo grado el don de la inteligencia, sustentaba en aquella época, entre tantos otros, un juicio que acaso dejó caer como al pasar, sin darle ninguna importancia, pero que Borges, de avidez insaciable, asimiló, hizo suyo y, de acuerdo con su proverbial costumbre, desarrolló, afinó y pulió hasta el extremo de presentarlo como una suerte de verdad inconcusa: la mala índole psicológica, el mal ejemplo ético, del personaje Martín Fierro.
Transcurridos nueve o diez lustros de aquellos diálogos, aún recordaba Borges: "cuando alguien le habló [a Macedonio Fernández] del Martín Fierro, dijo: ´Salí de ahí con ese calabrés rencoroso´. Pero eso corresponde también a una época en que se veía el Martín Fierro como una compadrada". (No sería extraño que ese alguien aludido en el pronombre indefinido haya sido el propio Borges, a quien con toda seguridad le interesaría sobremanera -¿cómo no iba a interesarle?- conocer la opinión de un hombre que él veneraba sobre una obra que lo impresionaba al máximo.) Aquí está ya la idea que Borges no olvidó jamás: Martín Fierro visto, no como héroe o como persona éticamente admirable, sino como un individuo rencoroso, quejoso, vengativo, que siente lástima de sí mismo. A tal punto que, en mis Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, el autor de Ficciones declaró: "creo que, si hubiéramos resuelto que nuestra obra clásica fuera el Facundo, nuestra historia habría sido distinta. Creo que, razones literarias aparte, es una lástima que hayamos elegido el Martín Fierro como obra representativa. Porque ella no pudo haber ejercido una buena influencia sobre el país. [...] pensemos en lo triste de que nuestro héroe sea un desertor, un prófugo, un asesino y una especie de forajido sentimental además, que, sin duda, no existió nunca. Porque yo pienso que esa gente tuvo que haber sido mucho más dura que Martín Fierro. [...] no era gente que pidiera lástima, como pide Martín Fierro. Creo que, aunque Martín Fierro fue escrito en 1872, se adelanta ya de algún modo a las peores blanduras argentinas y al peor sentimentalismo argentino".
¿No es éste el desarrollo borgeano de la idea del siciliano vengativo o del calabrés rencoroso de Macedonio Fernández? Claro que Borges, cuyo cerebro habitualmente va más allá que el de la mayoría de los mortales, amplía esta visión presentando a Martín Fierro como ejemplo moral negativo para la nación argentina.
Pero -muy importante- nótese que, en ningún momento, Borges alude a algún demérito literario de la obra: en todos los casos, se está refiriendo a los atributos morales del personaje, jamás a las cualidades estéticas del poema. Más aún, y por si cupiese alguna duda, prestemos atención a las palabras "razones literarias aparte" que, en tal contexto, sólo pueden significar: "Desde el punto de vista estrictamente literario, el Martín Fierro es más importante que el Facundo, pero..."
Hacia el final de su ensayo El "Martín Fierro" , Borges se ocupa de la controversia que el poema ha desencadenado entre los críticos: "En el capítulo anterior he recopilado algunos juicios críticos. Una simplificación simbólica podría reducirlos a dos: el de Lugones, para quien el Martín Fierro es una epopeya de los orígenes argentinos; el de Calixto Oyuela, para quien el poema sólo registra un caso individual: ´Justiciero y libertador´ es la definición del protagonista que ha estampado Lugones, ´hombre con visible declinación hacia el tipo moreiresco de gaucho malo, agresivo, matón y peleador con la policía´, la que Oyuela prefiere. ¿Cómo resolver el debate? [...] En la controversia que acabo de resumir, se confunde la virtud estética del poema con la virtud moral del protagonista, y se quiere que aquélla dependa de ésta."
Palabras de Borges: "se confunde la virtud estética del poema con la virtud moral del protagonista". Que esta última no goza de su aprobación ya lo ha expresado con todas las letras.
Conocemos el amor con que Borges vuelve una y otra vez a sus afectos: el barrio sur, Ginebra, Chesterton, los cuchillos, los espejos, los laberintos... el Martín Fierro . En efecto, Borges ha vuelto una y otra vez al Martín Fierro. Su artículo "La poesía gauchesca" (Discusión, 1932) dedica su larga parte final a analizar el Martín Fierro. Las ideas son básicamente las mismas que Borges expondrá más tarde en el ya citado El "Martín Fierro" y en los dos volúmenes de Poesía gauchesca que prepara en 1955, junto con Adolfo Bioy Casares, (México, Fondo de Cultura Económica), donde, naturalmente, se incluye el Martín Fierro.
En El hacedor (1960) tenemos la prosa breve "Martín Fierro", que concluye así: "[...] en una pieza de hotel, hacia mil ochocientos sesenta y tantos, un hombre soñó una pelea. Un gaucho alza a un moreno con el cuchillo, lo tira como un saco de huesos, lo ve agonizar y morir, se agacha para limpiar el acero, desata su caballo y monta despacio, para que no piensen que huye. Esto que fue una vez vuelve a ser, infinitamente; [...] el sueño de uno es parte de la memoria de todos". El cuento "El fin" (Ficciones, 1944) es, como se sabe, "el fin" posible de la pelea de Martín Fierro con el Moreno, que en su momento impidieron las personas presentes en la pulpería. Una vez más Borges -complacido y feliz- repite la secuencia de Hernández. "Limpió el facón ensagrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás". En la "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)" (El Aleph, 1949) hay un pasaje en extremo significativo: "La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (I Corintos 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones". Superfluo es consignar que ese "libro insigne" no es otro que el Martín Fierro.
Que sea ahora el mismo Borges quien, con sus precisas palabras ponga fin a este trabajo: "Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán olvidar es uno de los fines del arte; José Hernández lo ha logrado con plenitud" ( El "Martín Fierro" ).
Por Fernando Sorrentino
La Opinión Cultural, Domingo 25 de junio de 1972
La determinación en la literatura romántica del siglo XIX
por Carolina Ayala
“El gran propósito de Facundo. Civilización y barbarie, de Sarmiento es explicar la situación nacional a partir de la realidad geográfica y social y su influencia determinante en la historia.”
La realidad geográfica y social juega un rol importante sobre la historia, y justamente Sarmiento en ''Facundo. Civilización y Barbarie'', trata de explicarnos la situación nacional a partir de eso.
En ''Pero Facundo, en relación con la fisionomía de la naturaleza grandiosamente salvaje que prevalece en la inmensa extensión de la República Argentina; Facundo, expresión fiel de una manera de ser de un pueblo (...)'' podemos visualizar claramente la relación que establece Sarmiento de la naturaleza con el carácter de Facundo Quiroga. La naturaleza salvaje de la República Argentina dio como resultado que Facundo sea valiente y a la vez salvaje. También, a partir de esta cita, Sarmiento relaciona la sociedad donde se encontraba Facundo con sus preocupaciones y necesidades, y con esto llevar al cabo un gran movimiento social. Todas esas cosas que la sociedad donde convivía le aportó, las aplicó y lo influenciaron para encabezar ese movimiento.
A lo largo del texto, Sarmiento vuelve a mencionar las relaciones existentes entre la fisionomía del hombre con las formas exteriores, y relaciona el carácter de los animales, como por ejemplo causar terror ya que le gustaba ser temido.
Por otra parte, vincula la ubicación geográfica de las personas con su postura política y nivel de pacifidad. Caracteriza a los unitarios como la sociedad ''europea'', civilizada; y a los federales como bárbaros y ''americanos''. Se establece dicha caracterización porque los unitarios, en su mayoría, prevalecían en Buenos Aires, estaban en continuo contacto con influencias de Europa, y se considera a Europa como un modelo de civilización, en el sentido de tranquilo y pacífico. En cambio, los federales no tenían casi ningún con tipo de contacto con el pensamiento europeo, además que como se concentraban en el interior de la República, se encontraban en batalla constante por motivos diversos.
Para continuar avalando la idea, la psicología explica que el lugar donde se desarrolla la persona influye fehacientemente en su personalidad, por lo llamado ''proceso de personalización''. Tanto el ambiente como las personas que lo rodean aportan a la formación de la personalidad.
Para concluir con la idea, tanto Sarmiento que ejemplifica con relaciones de la geografía y Facundo Quiroga, y la geografía con la división entre unitarios y federales; y la psicología con su proceso de personalización, afirman que la geografía y la sociedad son determinantes para la historia.
“El gran propósito de Facundo. Civilización y barbarie, de Sarmiento es explicar la situación nacional a partir de la realidad geográfica y social y su influencia determinante en la historia.”
La realidad geográfica y social juega un rol importante sobre la historia, y justamente Sarmiento en ''Facundo. Civilización y Barbarie'', trata de explicarnos la situación nacional a partir de eso.
En ''Pero Facundo, en relación con la fisionomía de la naturaleza grandiosamente salvaje que prevalece en la inmensa extensión de la República Argentina; Facundo, expresión fiel de una manera de ser de un pueblo (...)'' podemos visualizar claramente la relación que establece Sarmiento de la naturaleza con el carácter de Facundo Quiroga. La naturaleza salvaje de la República Argentina dio como resultado que Facundo sea valiente y a la vez salvaje. También, a partir de esta cita, Sarmiento relaciona la sociedad donde se encontraba Facundo con sus preocupaciones y necesidades, y con esto llevar al cabo un gran movimiento social. Todas esas cosas que la sociedad donde convivía le aportó, las aplicó y lo influenciaron para encabezar ese movimiento.
A lo largo del texto, Sarmiento vuelve a mencionar las relaciones existentes entre la fisionomía del hombre con las formas exteriores, y relaciona el carácter de los animales, como por ejemplo causar terror ya que le gustaba ser temido.
Por otra parte, vincula la ubicación geográfica de las personas con su postura política y nivel de pacifidad. Caracteriza a los unitarios como la sociedad ''europea'', civilizada; y a los federales como bárbaros y ''americanos''. Se establece dicha caracterización porque los unitarios, en su mayoría, prevalecían en Buenos Aires, estaban en continuo contacto con influencias de Europa, y se considera a Europa como un modelo de civilización, en el sentido de tranquilo y pacífico. En cambio, los federales no tenían casi ningún con tipo de contacto con el pensamiento europeo, además que como se concentraban en el interior de la República, se encontraban en batalla constante por motivos diversos.
Para continuar avalando la idea, la psicología explica que el lugar donde se desarrolla la persona influye fehacientemente en su personalidad, por lo llamado ''proceso de personalización''. Tanto el ambiente como las personas que lo rodean aportan a la formación de la personalidad.
Para concluir con la idea, tanto Sarmiento que ejemplifica con relaciones de la geografía y Facundo Quiroga, y la geografía con la división entre unitarios y federales; y la psicología con su proceso de personalización, afirman que la geografía y la sociedad son determinantes para la historia.
La Literatura Gauchesca
Introducción
A comienzos del siglo XVII, la pampa rioplatense seguía manteniendo el paisaje adusto y desolador que padecieron los desafortunados conquistadores españoles en busca de la lejana Sierra de Plata y la misteriosa ciudad de los Césares. Cerca de la costa o la cuenca de los ríos, florecieron algunas ciudades, otras desaparecieron y sólo permanecen en la memoria del cronista o en el relato de algún viajero. El vasto territorio pampeano quedaba al abasto de las manadas de ganado salvaje y de caballos cimarrones, de las vizcachas y de otros animales de naturaleza asilvestrada. Pronto comenzaron a florecer las expediciones en busca del cuero de los grandes rebaños de reses. La organización de peones especializados en aquellos menesteres puede suponerse como el origen del gaucho.
La proliferación de estancias en la Banda Oriental del Río de la Plata durante el siglo XVII, aglutinó a estos vaqueros, aunque algunos siguieron realizando su oficio de manera individual. Otros, como refiere Bonifacio del Carril, alternaban «la vida sedentaria de la estancia con las acechanzas de la vida nómade y aventurera». El gaucho carecía aún de nombre, pero empezaba a gestarse su figura. En esta época el apelativo de camilucho, convive con los de guaso y gauderio. Fueron al parecer los portugueses los que comenzaron a utilizar a fines del XVIII, el nombre de gaúcho, con sentido peyorativo (malhechor). Por lo demás, la diversidad de derivaciones etimológicas es tan extensa que remitimos a la bibliografía a quien tenga curiosidad.
La aparición del gaucho en Argentina, sin embargo, siguió diferentes caminos. No se daban en la campaña argentina las condiciones anteriormente expuestas, por lo que el tipo del gaucho se demoró hasta el siglo XIX y fue apareciendo paulatinamente con distintas atribuciones a las del gaucho del Uruguay. En opinión de Bonifacio del Carril, lo peculiar del gaucho argentino fue, por un lado, su naturaleza errante, y, por otro lado, su condición de alzado o fugado de la justicia. Fueron estas las condiciones que originaron, en cierta forma, «la leyenda del gaucho» y de toda la literatura que le tuvo por protagonista.
Quizá, las primeras referencias literarias respecto a la figura del gaucho las podamos encontrar en los relatos de algunos viajeros, desde el controvertido Concolorcorvo hasta el naturalista inglés Carlos Darwin. No obstante, el primer ensayo de importancia a cerca de su idiosincrasia es definitivamente el Facundo (Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspectos físicos, costumbres y hábitos de la República Argentina, 1845) de Domingo Faustino Sarmiento, donde se le señala como principal culpable del atraso cultural que atenaza el desarrollo del país. Por otra parte, el primer retrato del gaucho que acabará siendo el protagonista de una larga progenie literaria lo ofrece Hilario Ascasubi en la primera edición de su obra Santos Vega o Los Mellizos de la Flor (1850)
El gaucho es el habitante de los campos argentinos; es sumamente experto en el manejo del caballo y en todos los ejercicios del pastoreo. Por lo regular es pobre, pero libre e independiente a causa de su misma pobreza y de sus pocas necesidades; es hospitalario en su rancho, lleno de inteligencia y de astucia, ágil de cuerpo, corto de palabras, enérgico y prudente en sus acciones, muy cauto para comunicarse con los extraños, de un tinte poético y supersticioso en sus creencias y lenguaje, y extraordinariamente diestro para viajar solo por los inmensos desiertos del país, procurándose alimentos, caballos, y demás con sólo su lazo y las bolas.
La literatura gauchesca
La mayoría de la crítica conviene en afirmar que el gauchesco es, ante todo, un género poético. Censurada a menudo bajo un arraigado repertorio de prejuicios folkloristas, la poesía gauchesca ha pasado de ser excluida de los círculos culturales, a ser principio nuclear de una más que perseguida identidad nacional argentina.
Algunas voces, como la de Lugones, apuntan a una épica de los orígenes, considerando a los romances de caballería como uno de los precedentes de la poesía gauchesca. También se han relacionado distintos personajes gauchescos con los tipos de la novela picaresca española. Por último, por su relación con el elemento musical, se ha relacionado a la literatura gauchesca con la poesía popular de los payadores. Lugones aclara que las voces payador y payada (que significan, respectivamente, «trovador» y «tensión») proceden de la lengua provenzal. Las payadas consistían en certámenes improvisados por los trovadores errantes donde los payadores trataban, alternándose, de lucirse en duelos provocados por una trampa de juego, una pulla, o un poético lance de contrapunto. Lugones considera como antecedentes más directos y significativos a ciertos torneos en verso que tenían lugar entre los trovadores provenzales y que se denominaban tensiones.
Borges, en cambio, considera errónea la derivación de la payada, y no ve en ella sino un precedente lejano ya que «el rústico, en trance de versificar, procura no emplear voces rústicas. Tampoco busca temas cotidianos ni cultiva el color local. Ensaya temas nobles y abstractos; un certero ejemplo de esta poesía nos ofrece Hernández en la payada de Martín Fierro con el Moreno, que trata del cielo, de la tierra, del mar, de la noche, del amor, de la ley, del tiempo, de la medida, del peso y de la cantidad. De esos abstractos y ambiciosos ejercicios no hubiera procedido jamás el género gauchesco, tan rico en realidades».
El crítico Horacio Jorge Becco destaca como característica principal del género gauchesco, la de ser una poesía «dialectal», emparentada con la lengua hablada, cuyo protagonista suele ser un gaucho pampeano u orillero, y cuyos temas, rústicos o urbanos, pueden desarrollar acciones de naturaleza epopéyica o marginal. Sin embargo, como advierte Becco, esta poesía carece de antecedentes populares y se explica «más bien como una creación, no del pueblo, sino para el pueblo, surgida, no en la campaña, sino en la ciudad»
Formalmente, predominó el octosílabo, herencia del romance tradicional español. No obstante la estrofa más usada fue el llamado «romance criollo», dispuesto en cuartetas.
Algunos precedentes
No resulta fácil establecer la existencia de indicios de literatura de «temperatura gauchesca» anteriores a los habituales nombres de Ascasubi, Hernández y del Campo. El crítico Jorge B. Rivera ha dedicado un extenso estudio al análisis de La primitiva poesía gauchesca. En sus páginas destaca la presencia de algunas composiciones que prefiguran rudimentariamente los rasgos básicos del género: el poema del santafesino Juan Baltasar Maziel (1727-1788), titulado Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. Señor D. Pedro Cevallos (1777); la anónima Relación de lo que ha sucedido en la Expedición de Buenos Ayres, que escribe un sargento de la comitiva, en este año de 1778; el sainete El amor de la estanciera, compuesto alrededor de 1787; una Crítica Jocosa escrita por José Prego de Oliver en 1798; los Romances a la Defensa y La Reconquista del presbítero de Buenos Aires Pantaleón Rivarola; y La Salutación gauchi-umbona, atribuida a Pedro Feliciano Pérez Sáenz de Cavia (1777-1849) y publicada en 1821, que en opinión de Rivera prefigura toda la corriente narrativa de corte gauchesco.
En un momento posterior, cabría anotar, entre 1813 y 1822, los Cielitos y los Diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo (1788-1822). Su Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano de todo lo que vio en las fiestas mayas en Buenos Aires (1822), incluida dos años después en La Lira Argentina, primera recopilación de poesía argentina, es considerada como el inicio de «la vida literaria del gaucho». También Un paso en el Pindo de Manuel de Araucho (1803-1842); la obra periodística «gauchesca» (El Gaucho, 1830-1831) de Luis Pérez; y las Poesías de Juan Gualberto Godoy (1793-1864), el primero, a juicio de Domingo Sarmiento (hijo), «que ensayó en la República el metro de los payadores, haciendo versos notables, ya por la dulzura y el sentimiento de que están impregnados, ya por la sátira punzante que fustiga vicios y desmanes sociales, en la forma genuina del cantor gaucho».
Los clásicos gauchescos
La verdadera consolidación del género tiene lugar bajo la tiranía del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Proliferaron en aquellos años los folletos y hojas sueltas que ponían en boca de gauchos las denuncias contra el gobernador de Buenos Aires. En este ámbito socio-político se inserta la obra del primer gran poeta gauchesco Hilario Ascasubi (1807-1875). En Montevideo comienza a editar a partir de 1829 el diario gauchi-político El Arriero Argentino, y en 1833 publica su primera composición gauchesca: Un diálogo cívico entre el gaucho Jacinto Amores y Simón Peñalva. Sus obras más conocidas las publica en París a partir de 1862: Santos Vega o Los Mellizos de la Flor, Paulino Lucero y Aniceto el Gallo.
Estanislao del Campo (1834-1880), que como Ascasubi había luchado en las guerras internas del país del lado del general Mitre, comienza su actividad literaria en el periódico de marcado tono político Los Debates. En sus páginas aparecen sus primeros escritos gauchescos, publicados bajo el pseudónimo de Anastasio el Pollo (en clara referencia al libro de Ascasubi). En 1866 escribe su obra más importante, y una de las principales del género gauchesco: Fausto. Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta obra.
Tal vez uno de los autores más recordados de este periodo sea el porteño Rafael Obligado (1851-1920). Fue fundador de la Academia de Ciencias y Letras. Su obra más reconocida es Santos Vega, que desde 1881 amplía el poeta en sucesivas ediciones.
No hay que olvidar tampoco al uruguayo Antonio D. Lussich (1848-1928). Amigo íntimo de José Hernández, su obra principal, Los tres gauchos orientales (1872), pudo influir en el poeta argentino, que ese mismo año publicaba en Buenos Aires su Gaucho Martín Fierro. En 1873 Lussich publica también El matrero Luciano Santos.
El mito de Martín Fierro
Nacido en las afueras de Buenos Aires, José Hernández (1834-1866) iba a convertirse en el máximo exponente de la literatura gauchesca y padre de la literatura argentina. Su mocedad, a medio camino entre la ciudad y el campo, se vio bruscamente interrumpida en 1852 (el mismo año de la caída de Rosas), por la muerte de su padre (era huérfano de madre desde 1843) y su ingreso en milicias un año más tarde. Como el resto de los gauchescos principia sus escritos en diversos periódicos como La Reforma Pacífica (1856), El Argentino (1863) y El Río de la Plata (1869), ambos fundados por él mismo. En esta época se suceden los exilios debidos a motivaciones políticas. De vuelta en Buenos Aires en 1872 publica la obra que iba a consagrar el género gauchesco: El Gaucho Martín Fierro.
A pesar de un comienzo editorial un tanto dubitativo, la obra obtuvo un éxito inmediato en la campaña, sucediéndose once reimpresiones en tan sólo seis años. A parte del indudable valor literario, la importancia de esta obra reside en haber convertido a un personaje marginal de la sociedad argentina del momento, en poco menos, como se ha sugerido, que el representante principal de un pretendido «canon argentino». No son pocas las voces (Lugones y Ricardo Rojas, por ejemplo) que han apelado al carácter heroico del poema para explicar este fenómeno desde una posición nacionalista. Otras opiniones, como la del crítico Calixto Oyuela, defienden que «el asunto del Martín Fierro no es propiamente nacional ni menos de raza ni se relaciona en modo alguno con nuestros orígenes como pueblo ni como nación políticamente constituida. Trátase en él de las dolorosas vicisitudes de la vida de un gaucho en el último tercio del siglo anterior, en la década de la decadencia y próxima desaparición de ese tipo local y transitorio nuestro ante una organización social que lo aniquila». Como afirma, por otro lado, Emilio Carilla, «los pueblos necesitan mitos, y el pueblo argentino no es una excepción»; desde este punto de vista el éxito de Martín Fierro vendía a cubrir ese vacío mítico del que adolecían las letras argentinas desde los tiempos de la independencia.
La libertad y la justicia como nudos temáticos, el estilo deliberadamente descuidado, el tono de queja y el lenguaje popular (sentencias, refranes, rasgos de oralidad, etc.), hacen de la obra de Hernández un verdadero fenómeno sociocultural, que iba a elevar a su personaje a la categoría de mito.
Siete años más tarde, en 1879, Hernández publica La Vuelta de Martín Fierro. En el texto que hace las veces de prólogo, es el propio Hernández quien insiste en los valores que considera principales a cerca de su obra: la universalidad del personaje y el carácter popular del poema: «El gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza que en variados y majestuosos panoramas se extiende delante de sus ojos. Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización, y que lo lleva hasta el extraordinario extremo de que todos sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes son expresados en dos versos octosílabos perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intención. Eso mismo hace muy difícil, si no de todo punto imposible, distinguir y separar cuáles son los pensamientos originales del autor y cuáles los que son recogidos de las fuentes populares».
La evolución del género
Convertido el gaucho en valedor principal del sentimiento nacional argentino, la literatura posterior va a abundar en idealizaciones y mitificaciones que explotan el arquetipo forjado por Hernández. La obra de Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira (1882), principia una larga corriente de folletines gauchescos en los que el protagonista no es ya el gaucho salido de los campos, sino el gaucho enaltecido por los libros. Hay, no obstante, algunos autores que prolongan la visión del gaucho sin desvirtuarla, cuya nómina debería encabezar Ricardo Güiraldes (1887-1927). Güiraldes, que había pasado su infancia entre París y el campo argentino, representa, con la publicación en 1926 de su obra cumbre Don Segundo Sombra, el renacer del género gauchesco. El portal ofrece una amplia muestra de este autor principal de las letras argentinas, desde sus poemas de corte vanguardista, hasta sus reseñas sobre arte y literatura. Cabe también citar la obra narrativa de temática gaucha del novelista Roberto J. Payró.
A comienzos del siglo XVII, la pampa rioplatense seguía manteniendo el paisaje adusto y desolador que padecieron los desafortunados conquistadores españoles en busca de la lejana Sierra de Plata y la misteriosa ciudad de los Césares. Cerca de la costa o la cuenca de los ríos, florecieron algunas ciudades, otras desaparecieron y sólo permanecen en la memoria del cronista o en el relato de algún viajero. El vasto territorio pampeano quedaba al abasto de las manadas de ganado salvaje y de caballos cimarrones, de las vizcachas y de otros animales de naturaleza asilvestrada. Pronto comenzaron a florecer las expediciones en busca del cuero de los grandes rebaños de reses. La organización de peones especializados en aquellos menesteres puede suponerse como el origen del gaucho.
La proliferación de estancias en la Banda Oriental del Río de la Plata durante el siglo XVII, aglutinó a estos vaqueros, aunque algunos siguieron realizando su oficio de manera individual. Otros, como refiere Bonifacio del Carril, alternaban «la vida sedentaria de la estancia con las acechanzas de la vida nómade y aventurera». El gaucho carecía aún de nombre, pero empezaba a gestarse su figura. En esta época el apelativo de camilucho, convive con los de guaso y gauderio. Fueron al parecer los portugueses los que comenzaron a utilizar a fines del XVIII, el nombre de gaúcho, con sentido peyorativo (malhechor). Por lo demás, la diversidad de derivaciones etimológicas es tan extensa que remitimos a la bibliografía a quien tenga curiosidad.
La aparición del gaucho en Argentina, sin embargo, siguió diferentes caminos. No se daban en la campaña argentina las condiciones anteriormente expuestas, por lo que el tipo del gaucho se demoró hasta el siglo XIX y fue apareciendo paulatinamente con distintas atribuciones a las del gaucho del Uruguay. En opinión de Bonifacio del Carril, lo peculiar del gaucho argentino fue, por un lado, su naturaleza errante, y, por otro lado, su condición de alzado o fugado de la justicia. Fueron estas las condiciones que originaron, en cierta forma, «la leyenda del gaucho» y de toda la literatura que le tuvo por protagonista.
Quizá, las primeras referencias literarias respecto a la figura del gaucho las podamos encontrar en los relatos de algunos viajeros, desde el controvertido Concolorcorvo hasta el naturalista inglés Carlos Darwin. No obstante, el primer ensayo de importancia a cerca de su idiosincrasia es definitivamente el Facundo (Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspectos físicos, costumbres y hábitos de la República Argentina, 1845) de Domingo Faustino Sarmiento, donde se le señala como principal culpable del atraso cultural que atenaza el desarrollo del país. Por otra parte, el primer retrato del gaucho que acabará siendo el protagonista de una larga progenie literaria lo ofrece Hilario Ascasubi en la primera edición de su obra Santos Vega o Los Mellizos de la Flor (1850)
El gaucho es el habitante de los campos argentinos; es sumamente experto en el manejo del caballo y en todos los ejercicios del pastoreo. Por lo regular es pobre, pero libre e independiente a causa de su misma pobreza y de sus pocas necesidades; es hospitalario en su rancho, lleno de inteligencia y de astucia, ágil de cuerpo, corto de palabras, enérgico y prudente en sus acciones, muy cauto para comunicarse con los extraños, de un tinte poético y supersticioso en sus creencias y lenguaje, y extraordinariamente diestro para viajar solo por los inmensos desiertos del país, procurándose alimentos, caballos, y demás con sólo su lazo y las bolas.
La literatura gauchesca
La mayoría de la crítica conviene en afirmar que el gauchesco es, ante todo, un género poético. Censurada a menudo bajo un arraigado repertorio de prejuicios folkloristas, la poesía gauchesca ha pasado de ser excluida de los círculos culturales, a ser principio nuclear de una más que perseguida identidad nacional argentina.
Algunas voces, como la de Lugones, apuntan a una épica de los orígenes, considerando a los romances de caballería como uno de los precedentes de la poesía gauchesca. También se han relacionado distintos personajes gauchescos con los tipos de la novela picaresca española. Por último, por su relación con el elemento musical, se ha relacionado a la literatura gauchesca con la poesía popular de los payadores. Lugones aclara que las voces payador y payada (que significan, respectivamente, «trovador» y «tensión») proceden de la lengua provenzal. Las payadas consistían en certámenes improvisados por los trovadores errantes donde los payadores trataban, alternándose, de lucirse en duelos provocados por una trampa de juego, una pulla, o un poético lance de contrapunto. Lugones considera como antecedentes más directos y significativos a ciertos torneos en verso que tenían lugar entre los trovadores provenzales y que se denominaban tensiones.
Borges, en cambio, considera errónea la derivación de la payada, y no ve en ella sino un precedente lejano ya que «el rústico, en trance de versificar, procura no emplear voces rústicas. Tampoco busca temas cotidianos ni cultiva el color local. Ensaya temas nobles y abstractos; un certero ejemplo de esta poesía nos ofrece Hernández en la payada de Martín Fierro con el Moreno, que trata del cielo, de la tierra, del mar, de la noche, del amor, de la ley, del tiempo, de la medida, del peso y de la cantidad. De esos abstractos y ambiciosos ejercicios no hubiera procedido jamás el género gauchesco, tan rico en realidades».
El crítico Horacio Jorge Becco destaca como característica principal del género gauchesco, la de ser una poesía «dialectal», emparentada con la lengua hablada, cuyo protagonista suele ser un gaucho pampeano u orillero, y cuyos temas, rústicos o urbanos, pueden desarrollar acciones de naturaleza epopéyica o marginal. Sin embargo, como advierte Becco, esta poesía carece de antecedentes populares y se explica «más bien como una creación, no del pueblo, sino para el pueblo, surgida, no en la campaña, sino en la ciudad»
Formalmente, predominó el octosílabo, herencia del romance tradicional español. No obstante la estrofa más usada fue el llamado «romance criollo», dispuesto en cuartetas.
Algunos precedentes
No resulta fácil establecer la existencia de indicios de literatura de «temperatura gauchesca» anteriores a los habituales nombres de Ascasubi, Hernández y del Campo. El crítico Jorge B. Rivera ha dedicado un extenso estudio al análisis de La primitiva poesía gauchesca. En sus páginas destaca la presencia de algunas composiciones que prefiguran rudimentariamente los rasgos básicos del género: el poema del santafesino Juan Baltasar Maziel (1727-1788), titulado Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. Señor D. Pedro Cevallos (1777); la anónima Relación de lo que ha sucedido en la Expedición de Buenos Ayres, que escribe un sargento de la comitiva, en este año de 1778; el sainete El amor de la estanciera, compuesto alrededor de 1787; una Crítica Jocosa escrita por José Prego de Oliver en 1798; los Romances a la Defensa y La Reconquista del presbítero de Buenos Aires Pantaleón Rivarola; y La Salutación gauchi-umbona, atribuida a Pedro Feliciano Pérez Sáenz de Cavia (1777-1849) y publicada en 1821, que en opinión de Rivera prefigura toda la corriente narrativa de corte gauchesco.
En un momento posterior, cabría anotar, entre 1813 y 1822, los Cielitos y los Diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo (1788-1822). Su Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano de todo lo que vio en las fiestas mayas en Buenos Aires (1822), incluida dos años después en La Lira Argentina, primera recopilación de poesía argentina, es considerada como el inicio de «la vida literaria del gaucho». También Un paso en el Pindo de Manuel de Araucho (1803-1842); la obra periodística «gauchesca» (El Gaucho, 1830-1831) de Luis Pérez; y las Poesías de Juan Gualberto Godoy (1793-1864), el primero, a juicio de Domingo Sarmiento (hijo), «que ensayó en la República el metro de los payadores, haciendo versos notables, ya por la dulzura y el sentimiento de que están impregnados, ya por la sátira punzante que fustiga vicios y desmanes sociales, en la forma genuina del cantor gaucho».
Los clásicos gauchescos
La verdadera consolidación del género tiene lugar bajo la tiranía del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Proliferaron en aquellos años los folletos y hojas sueltas que ponían en boca de gauchos las denuncias contra el gobernador de Buenos Aires. En este ámbito socio-político se inserta la obra del primer gran poeta gauchesco Hilario Ascasubi (1807-1875). En Montevideo comienza a editar a partir de 1829 el diario gauchi-político El Arriero Argentino, y en 1833 publica su primera composición gauchesca: Un diálogo cívico entre el gaucho Jacinto Amores y Simón Peñalva. Sus obras más conocidas las publica en París a partir de 1862: Santos Vega o Los Mellizos de la Flor, Paulino Lucero y Aniceto el Gallo.
Estanislao del Campo (1834-1880), que como Ascasubi había luchado en las guerras internas del país del lado del general Mitre, comienza su actividad literaria en el periódico de marcado tono político Los Debates. En sus páginas aparecen sus primeros escritos gauchescos, publicados bajo el pseudónimo de Anastasio el Pollo (en clara referencia al libro de Ascasubi). En 1866 escribe su obra más importante, y una de las principales del género gauchesco: Fausto. Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta obra.
Tal vez uno de los autores más recordados de este periodo sea el porteño Rafael Obligado (1851-1920). Fue fundador de la Academia de Ciencias y Letras. Su obra más reconocida es Santos Vega, que desde 1881 amplía el poeta en sucesivas ediciones.
No hay que olvidar tampoco al uruguayo Antonio D. Lussich (1848-1928). Amigo íntimo de José Hernández, su obra principal, Los tres gauchos orientales (1872), pudo influir en el poeta argentino, que ese mismo año publicaba en Buenos Aires su Gaucho Martín Fierro. En 1873 Lussich publica también El matrero Luciano Santos.
El mito de Martín Fierro
Nacido en las afueras de Buenos Aires, José Hernández (1834-1866) iba a convertirse en el máximo exponente de la literatura gauchesca y padre de la literatura argentina. Su mocedad, a medio camino entre la ciudad y el campo, se vio bruscamente interrumpida en 1852 (el mismo año de la caída de Rosas), por la muerte de su padre (era huérfano de madre desde 1843) y su ingreso en milicias un año más tarde. Como el resto de los gauchescos principia sus escritos en diversos periódicos como La Reforma Pacífica (1856), El Argentino (1863) y El Río de la Plata (1869), ambos fundados por él mismo. En esta época se suceden los exilios debidos a motivaciones políticas. De vuelta en Buenos Aires en 1872 publica la obra que iba a consagrar el género gauchesco: El Gaucho Martín Fierro.
A pesar de un comienzo editorial un tanto dubitativo, la obra obtuvo un éxito inmediato en la campaña, sucediéndose once reimpresiones en tan sólo seis años. A parte del indudable valor literario, la importancia de esta obra reside en haber convertido a un personaje marginal de la sociedad argentina del momento, en poco menos, como se ha sugerido, que el representante principal de un pretendido «canon argentino». No son pocas las voces (Lugones y Ricardo Rojas, por ejemplo) que han apelado al carácter heroico del poema para explicar este fenómeno desde una posición nacionalista. Otras opiniones, como la del crítico Calixto Oyuela, defienden que «el asunto del Martín Fierro no es propiamente nacional ni menos de raza ni se relaciona en modo alguno con nuestros orígenes como pueblo ni como nación políticamente constituida. Trátase en él de las dolorosas vicisitudes de la vida de un gaucho en el último tercio del siglo anterior, en la década de la decadencia y próxima desaparición de ese tipo local y transitorio nuestro ante una organización social que lo aniquila». Como afirma, por otro lado, Emilio Carilla, «los pueblos necesitan mitos, y el pueblo argentino no es una excepción»; desde este punto de vista el éxito de Martín Fierro vendía a cubrir ese vacío mítico del que adolecían las letras argentinas desde los tiempos de la independencia.
La libertad y la justicia como nudos temáticos, el estilo deliberadamente descuidado, el tono de queja y el lenguaje popular (sentencias, refranes, rasgos de oralidad, etc.), hacen de la obra de Hernández un verdadero fenómeno sociocultural, que iba a elevar a su personaje a la categoría de mito.
Siete años más tarde, en 1879, Hernández publica La Vuelta de Martín Fierro. En el texto que hace las veces de prólogo, es el propio Hernández quien insiste en los valores que considera principales a cerca de su obra: la universalidad del personaje y el carácter popular del poema: «El gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza que en variados y majestuosos panoramas se extiende delante de sus ojos. Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización, y que lo lleva hasta el extraordinario extremo de que todos sus refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes son expresados en dos versos octosílabos perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intención. Eso mismo hace muy difícil, si no de todo punto imposible, distinguir y separar cuáles son los pensamientos originales del autor y cuáles los que son recogidos de las fuentes populares».
La evolución del género
Convertido el gaucho en valedor principal del sentimiento nacional argentino, la literatura posterior va a abundar en idealizaciones y mitificaciones que explotan el arquetipo forjado por Hernández. La obra de Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira (1882), principia una larga corriente de folletines gauchescos en los que el protagonista no es ya el gaucho salido de los campos, sino el gaucho enaltecido por los libros. Hay, no obstante, algunos autores que prolongan la visión del gaucho sin desvirtuarla, cuya nómina debería encabezar Ricardo Güiraldes (1887-1927). Güiraldes, que había pasado su infancia entre París y el campo argentino, representa, con la publicación en 1926 de su obra cumbre Don Segundo Sombra, el renacer del género gauchesco. El portal ofrece una amplia muestra de este autor principal de las letras argentinas, desde sus poemas de corte vanguardista, hasta sus reseñas sobre arte y literatura. Cabe también citar la obra narrativa de temática gaucha del novelista Roberto J. Payró.
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